Tour de France

Le Tour: Greipel gana la 4° Etapa

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© Lotto - Belisol

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La proximidad de la playa de Omaha nos recordó que la primera semana del Tour es un desembarco y el destino un nido de ametralladora. La suerte (la mala) no distingue entre soldados y capitanes. Caen todos. Ayer fue el turno de Cavendish, el flamante campeón del mundo. A menos de tres kilómetros para la meta, varios ciclistas saltaron por los aires, o lo que es lo mismo: rodaron por el suelo. Los dos maillots más sugerentes del pelotón, el arcoiris y el de campeón sudafricano (Hunter), se echaron a perder. Desde 2003 existe la obligación de llevar casco, pero el resto del cuerpo del ciclista sigue sin tener más protección que el linimento y la lycra.

El forzudo alemán Greipel aprovechó el estallido de la granada para apuntarse en Ruán su segunda etapa en un Tour, después de la lograda el pasado año en Carmaux (Rojas fue tercero aquel día, snif). Sus grandes éxitos necesitan de circunstancias así. Alguien le limpia un rival y su equipo hace el resto: Bak, Roelandts, Sieberg, Hasen, Henderson... lanzadores en busca de autor. El mundo perfecto del Lotto Belisol (loterías y ventanas de PVC) parte de una imperfección inicial: Cavendish se pierde, se cae o se esfuma.

Peor lo tiene Petacchi, de 38 años, segundo clasificado ayer. Su triunfo precisa de una carambola más macabra aún, de un meteorito selectivo. A la espera de tal prodigio, el italiano se sigue fajando con los jóvenes. Sagan, por cierto, se clasificó en quinto lugar; demasiado fácil para él.

La jornada, como todas las de la primera semana, vivió entre marmotas, castillos y sobresaltos. No se había cumplido el primer kilómetro cuando un japonés saltó del grupo: Yukiya Arashiro (junto a Fumiyuki Beppu, el primer nipón en terminar un Tour, el del 99). Según explicó luego, su director (Bernaudeau, líder en 1979) le había comentado la posibilidad de filtrarse en alguna escapada. El resto lo hizo la puntualidad japonesa, el sentido del deber y el espíritu kamikaze ("viento divino").

Pronto tuvo compañía. El admirable Moncoutié (cuatro veces consecutivas rey de la montaña en la Vuelta) y su compatriota Delaplace le acompañaron en la aventura. Sin apenas opciones de victoria, el botín de puntos y premios que ofrecen los pequeños puertos y los sprints intermedios resulta un buen consuelo para los caminantes. El espejismo, por lo demás, levantó la misma ficción que tantas veces: llegaron a tener 8:40 de ventaja y fueron cazados a ocho kilómetros de Ruán. Después de 200 kilómetros, ya eran buenos amigos y habían intercambiado tarjetas. Para Arashiro quedó el premio de la combatividad.
Grande.

Aunque la victoria ya era asunto de los velocistas y sus jaurías, no faltaron los irreductibles. Y no hay otro como Sylvain Chavanel. A siete segundos del liderato, enseñó dentadura en un terreno imposible. Habrá quien le critique por malgastar fuerzas, pero su legión de admiradores se alimenta de arrrebatos así. También sus contratos.

Lo de Greipel y el fuego de morteros ya está contado. En cuanto se alteró el mundo perfecto, él construyó el suyo.


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